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Cuando el arte se hace pareja (1970)

Actualizado: 11 nov 2018

Por Margot de Kumec Fotografías de CLARIN por Carlos Vidal

El arte -y no solo el amor- los une. Ella ha conquistado lauros internacionales con sus cuadros, y él se ha proyectado al mundo, poeta, escultor y cineasta.

Volúmenes, color y naturaleza armónicamente reunidos para el mundo de amor de Josefina y Michel.

La casa es única: arquitectura armónica pero, pese a todo caprichosa. Su interior ofrece sorpresa: calles empedradas, miradores que revelan lo que pasa en la habitación contigua, olas de piedra detenidas en las paredes y una sensación de color y vastedad que revela la inspiración de quien la construyó: nada menos que Clorindo Testa. Afuera, entre el denso ramaje de los árboles, el repiqueteo de un pájaro carpintero se abre pa-so corno un redoble. Pero hay días en que su repiqueteo encuentra un inesperada oro eco en el interior de La Celeste, la casa de Josefina Robirosa (pintora y escultora de renombre internacional y Jorge Michel (poeta, escultor, publicista, ex trotamundos y cineasta). La trepidante actividad a que aludimos —respuesta al ave que martilla los troncos— sucede cuando ambos, cada uno en su taller, asestan los sonoros golpes al mármol, la piedra o la madera que en sus manos van camino a la forma y la armonía. 


JOSEFINA Alta, elegante, manos finas y dedos largos, fuertes, Josefina Robirosa deja de ser la moradora señorial de La Celeste cuando se inclina y en tono de confidencia dice:

—Yo fui una niña muy tímida. Casi huraña. Todavía lo soy —sonríe—. Pero he aprendido a disimularlo. Recuerdo que en la primaria me destacaba por mis dibujos. Mi madre aún conserva un sencillo juego de platos que decoré durante una tarde de lluvia. Comencé a pintar a los 7 años.


—¿A qué edad hizo su primera exposición? —A los dieciocho. Todo fue accidental. Un día Bonino vino a casa de visita. Vio un par de cuadros míos y sin vacilar me ofreció su galería. En aquel entonces yo estudiaba con Basalcúa. Al escuchar su propuesta me entró un susto bárbaro. Pero acepté. Fue el punto de partida de una búsqueda que define un temperamento siempre ávido de transformación, de nuevas emociones estéticas. Josefina incursionó más tarde por el campo figurativo. Y lo relegó casi bruscamente, para entregarse a la pintura geométrica, tal vez obsesionada por un mundo que reniega de la belleza clásica para ensayar nuevas formas Dentro de esa tendencia, la línea y el color de Josefina siempre confluyeron hacia un singular equilibrio. 


—¿Tuvo otros maestros? 

—No. Un día comprendí que cuando existe claridad en cuanto a los fines perseguidos y el impulso creador es puro, se puede emprender el camino solo. Sin embargo, recuerdo con enorme cariño aquellos días de hermosa bohemia, en el ámbito de la Sociedad de Artistas Plásticos, donde por un peso podíamos contratar una modelo que posaba para nosotros durante tres horas. 

—¿Quiénes compartieron aquel aprendizaje? 

—Un grupo encantador, que ha prolongado la amistad hasta el presente. Rómulo Macció, Ernesto Deira, Carpani, Jorge de la Vega, Víctor Chab. Y nuestro recordado Alberto Greco. 

—¿Qué influencias admite en su arte?

 —Las circunstancias de mi vida influyeron en mi pintura. No es posible separarlas. Sin embargo, acepto que la brasileña Vieyra da Silva, el gran Paul Klee y Macció ejercieron cierta influencia en mí. Sobre todo por su posición frente al mundo. 

—¿Qué le sugirió Macció? 

—Admito su concepción de avanzada, que él traduce en su pintura. Es una posición comprometida (sin dar a ese término ninguna connotación política) frente a la pintura misma. Macció no se guía por 'modas: hace lo que siente que debe hacer.

  —¿Por qué buscó otras formas de expresión como los tapices? 

—Porque así iba descubriendo nuevas posibilidades. Sin dejar de lado mi convicción de que la, pintura de caballete es irreemplazable, única. 

—Se ha hablado de la declinación de la pintura de caballete...

—Absurdo. La pintura es eterna, mientras aliente un hombre con ansias de hablar con imágenes para comunicarnos su visión del mundo.


Expositora asidua en las mejores galerías del país, Uruguay y el Perú, Josefina impresionó notablemente con sus tapices en la Kiko Gaileries de Houston, Texas. Y como escultora se afirma con obras como el Vía Crucis de piedra, que se puede ver en el templo de Nuestra Señora de Fátima, en Martínez. En pintura, sus galardones señalan su jerarquía internacional: Primer premio Códex de Pintura Latinoamericana (1968), además de participar en muchas muestras como invitada especial. 


2. Una obra surgida de su talento sirve como telón de fondo a la elegante figura de la dueña de La Celeste. 3. Auténticas expresiones de vanguardia testimonian cómo el refinamiento estético ayuda a la alegría de vivir. 4. El insólito ventanal interior permite atisbar desde el living lo que sucede en el comedor. 5. La espléndida piscina permite a Josefina y Michel, durante las cálidas jornadas veraniegas, disfrutar de una estival pausa. 


MICHEL

Jorge Michel tiene 45 años. Porte juvenil, muy tostado, atlético y en La Celeste se lo puede ver desempeñando las tareas más inesperadas: leñador, jardinero, techador. Su historia es bastante novelesca.  —Conocí el mundo porque me largué, muy joven, sin planes pero también sin temores. Fui sucesivamente foguista de un buque carguero, después grumete y marinero. El mar puede ser un sabio consejero por las horas de soledad que depara. A bordo, por tener que desempeñarme en mil menesteres diferentes, comencé a considerar que las manos —cuya destreza y versatilidad aumentaban con cada tarea— encerraban un gran secreto. Las manos me daban de comer. Con las manos hacía cosas que de algún modo reflejaban mi personalidad. Por aquel entonces, empecé a ejercitarme en dibujo y pintura. Alguien, mientras recalábamos una vez más en Buenos Aires, me compró un diseño para ilustrar la tapa de una revista. La posibilidad me pareció interesante. Fue una nueva manera de ganarme la vida y una de las razones que me decidieron —ya tenía yo 30 años— a quedarme en tierra firme. 

—Después se dedicó a la cinematografía... 

—Sí. Me inicié en la dirección de cortos metrajes, pero también escribía los guiones e intervenía en la compaginación. Fui el primer sorprendido cuando me sonrió el éxito. Los Pequeños Seres, un corto mío, logró un primer premio inesperado. Luego, en el Festival de Bruselas Cachivache, con música de Lalo Schifrin —ese talento que nos quitó definitivamente Estados Unidos— alcanzó la máxima recompensa, sorprendiendo en toda Europa. Cachivache tenía, además, escenografía y actuación de Clorindo Testa (sí, el brillante arquitecto del Banco de Londres y constructor de La Celeste), con fotografía de Ricardo Aronovich, actualmente filmando con Truffaut en Francia. ¿Se podía fracasar con tan brillante equipo? 

—Pero también hace versos... 

—Es una actividad simultánea a la plástica, sin que una interfiera en la otra. Llevo publicados dos libros de poemas: "Acerca de los Naufragios" y "De Espinas y Maderas". 

—Sus actuales esculturas son de madera... 

—En efecto. La madera es dócil, agrega su propia textura a la forma. Es un material seductor.  La casa es tan amplia que —según mutua confesión— Josefina y Michel suelen encontrarse de casualidad en alguno de sus laberintos. Entonces se ponen a charlar, como lo hicieron en el curso de este reportaje.  —¿Cómo se conocieron? 

El: —Lo inevitable. Sucedió durante una fiesta organizada por mis amigos para celebrar un premio que logré en Bélgica.

—¿Y cómo fue? 

El: —Nos presentaron, la conocí y la amé. 

Ella: —Naturalmente, resolvimos casarnos e integrar una pareja.


—¿Ustedes se integran humana y artísticamente?

El: —Sí. pero conservando cada uno su individualidad. Juntos hemos construido esta casa. Juntos realizamos ciertas obras de arte. Pero la norma que sostenemos es: respeto el uno por el otro... 

Ella: —Si un cuadro mío no le gusta a Michel, lo borro. 

El: —Si a Josefina no le gusta alguna escultura mía, la transformo en leña. Y así ocurre en todos los órdenes de nuestra vida. 

Ella: —La nuestra parece una casa habitada por niños, ¿verdad? Pues jugamos mucho y todo lo hacemos con gran alegría. 

El: —¿Le gustan esos anillos y pulseras de madera que lleva Josefina? Se los he hecho yo. Creación exclusiva para ella. 

Ambos se empeñan en mostrarnos hasta los últimos vericuetos de su casa. Y hay mucho que ver. Vitreaux. cuadros, esculturas, mamparas, tapices, obras de Josefina que Michel muestra con orgullo. 

—¿Qué diferencia existe entre un creador y un continuador? 

El: —El creador es el que organiza la realidad. Es el que se adapta a los tiempos que vive. A su época. El más cabal ejemplo de creador evolutivo: Pablo Picasso. El continuador se conforma con lo que han hecho los demás y simplemente lo incorpora a su obra.

—¿Tienen planes para el futuro?

Ella: —Queremos tiempo. Tiempo para hacer todo lo que nos proponemos. Estamos realizando muchas cosas y existen otras que intuimos, pero que, de cualquier manera, las haremos... 

—¿Qué quieren encontrar en sus amigos? 

El: —Una posición en el mundo; que vivan con cierto coraje; que sean realistas. Tenemos amigos famosos y otros que no lo son. Pero que humanamente son seres enteros, que están en su propia piel, están dentro de sí mismos. Sin autenticidad no se puede ser amigo de nadie. 

—¿Cómo se da el amor en una pareja tan excepcional? 

Ella: —No tengo grandes palabras para definirlo. Para mí, el amor es una cosa de todos los días y de cada minuto.


Encontramos el pórtico de salida. Junto a él nos despiden Josefina y Michel, una pareja feliz como muchas. Pero dos artistas como pocos. 


Publicado en CLARIN Revista. 11 de enero de 1970.

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