A partir de una conversación con Daniel García Molt. Publicado en Revista de Cultura de la Argentina Contemporánea. Julio-Agosto 1986.
Siempre fui un interesado en las artes plásticas. Aunque creo que siempre me interesó el mecanismo de la poesía. Creo que tengo —y esto puede parecer una vanidad adolescente— una vida poética. Lo digo con toda franqueza y ninguna vergüenza. Mi vi-da poética me viene de la forma en que me levanto a la mañana, cocino, trabajo; en mi relación con mi mujer, con mis amigos.
Mi primera aproximación a la creación fue la literatura porque es más lógica, más razonada, los ejemplos son mucho más extensos y más claros. Leer a Proust o a Dostoievski o a Balzac propone asistir a un proceso muy completo de una descripción del mundo, de la realidad o la humanidad. En cambio las artes plásticas con su esquema, a veces un poco simplista, un poco de color, forma, linea o volumen me produjeron en ese primer momento una atracción secundaria. Siempre me había interesado en trabajar el barro, el yeso, pero era como si coleccionara estampillas.
En ese tiempo hacia escultura pero una obra menor, chica, en los departamentos donde vivía. No me proponía la idea del taller. Hasta que en algún momento de 1966 descubro que no hay más remedio que tener un largo examen de conciencia que me sirva para saber, no el problema metafísico o moral o ético del ser o el existir, sino saber quién diablos era y qué quería ser. En ese momento trabajaba en publicidad y gracias a mi facilidad con la plástica hacía la campaña completa porque además me gustaba el cine y redactaba guiones comerciales. Y bueno, ahí me doy cuenta que tengo que seguir algo que no es lo más brillante.
Yo tenia mi sospecha (ya no la tengo) de que por la literatura y el cine venía la gran cosa, lo deslumbrante; vamos a llamarlo en voz baja: el éxito. Pero en ese momento tuve la iluminación que me permitió ver que lo más brillante no me estaba destinado, sentí que estaba destinado a lo más opaco. Y eso era la plástica. Metámosle a lo que no va a tener ninguna resonancia, me dije. Y así me di cuenta de que ingresaba a un gremio llamado la escultura donde la plata nunca alcanza; porque el día que se gana plata con la escultura se dedo a a comprar herramientas, se agranda el taller, o, si queda un sobrante surge la necesidad imperiosa de fabricar otro escultor.
Y no por generosidad o ganas de pasar a la posteridad, sino porque a uno le agarra el berretín de contarle a otro tipo lo que uno descubrió y desea hacérselo probar. También desaparece la posibilidad de abrazar la gloria porque en este país no hay oportunidad promocional y mecánica comercial como en otros países. Pero lo que sí se alcanza con la plástica es una forma de vida... y vuelvo a la palabra: poética.
Se descubre al optar por la plástica que uno se va a interesar definitivamente por la realidad total. La realidad de la naturaleza, por los materiales del paisaje. Por la realidad urbana y la realidad social. Se descubre como la gente utiliza las cosas, cómo las ve o las deja de ver. Las pisa y no se da cuenta, mira y no ve. Mide mal.
Uno descubre que su oficio puede hacerlo en cualquier parte, sin depender de nadie. Si un estado de emergencia me lleva a cambiar de lugar, mientras tenga las manos libres puedo seguir produciendo. Porque si la gente no compra escultura, bueno, el oficio me ha llevado a saber hacer mesas, sillas, chimeneas, escalones Una limitación de este oficio es la edad. Tengo 62 anos y gracias a la escultura tampoco se me torna terrible Mi pronóstico más desfavorable es que voy a ser un viejo secante, haciendo cositas más chicas, pero mi no me van a encontrar en una plaza sin hacer nada. Yo voy a agarrar un cortaplumas y un palo de escoba y haré un manguito decorado.
Pese a todos estos anos haciendo escultura recién en junio hice mi primera muestra pública en Buenos Aires en las Sala de Exposiciones, en el viejo Palais de Glace. Reuní en esa muestra una serie de obras de mi producción que abarcan distintas épocas. Por eso puede haber parecido un estilo disparatado. Todo me gusta Me hago responsable de esa exposición Pero no pienso hacer una muestra más en mi vida; con una me alcanza, demanda mucho esfuerzo y prefiero que la gente venga a ver mis obras al taller.
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